jueves, 26 de diciembre de 2013

Películas para no Creer en la Navidad

2. PLÁCIDO


España (1961). Dirección: Luis García Berlanga. Intérpretes: Cassen (Plácido Alonso); José Luis López Vázquez (Gabino Quintanilla); Elvira Quintillá (Emilia); Manuel Aleixandre (Julián Alonso); Mari Carmen Yepes (Martita); Amelia De la Torre (Doña Encarna de Galán). Guión: Rafael Azcona; Luis García Berlanga; José Luis Colina y José Luis Font. Música: Miguel Asins Arbó. Fotografía: Francisco Sempere. Montaje: José Antonio Rojo. Duración: 87 minutos. Glorioso Blanco y Negro.




Tengo sentimientos encontrados con respecto a la caridad. Entiendo que estamos diseñados para la compasión (en el sentido etimológico del término: acompañar a alguien en su pasión, osea, ponernos en el pellejo del que sufre), y de ahí a la caridad hay un paso muy pequeño. Entiendo la caridad como último recurso, como medida desesperada para aliviar el sufrimiento. Entiendo menos las campañas en momentos puntuales, como en Navidad. Los telemaratones me parecen una salvajada. Sin embargo, detesto la caridad como medida para tranquilizar conciencias, para simular que se vive en un país justo y fantástico (primer mal de los españoles). ¿Hay algo más despreciable que un país que deba recurrir a la caridad? Qué fracaso. Qué increíble fracaso que no hayamos sabido (ni gobiernos ni ciudadanos) conformar unos mecanismos para evitar estas caridades de relumbrón, orquesta y fuegos artificiales.

La última frase de Plácido es paradigmática en este sentido. La película termina con un terrible "todos estos desgraciados son iguales". La pronuncia el empresario que elabora las cestas de Navidad que el hermano de Plácido reparte en Nochebuena para sacarse unas perras (en la película se especifica cuánto: 13,50 pesetas). Julián (Manuel Aleixandre) le birla una en un acto de justicia poética. Le acusa de sisar, de poner menos botellas de las que anuncia y de que las cestas no dan el peso. El empresario va a casa de la familia de Plácido, un chamizo en un descampado, y tras porfiar con Julián consigue llevarse la cesta. Mientras se aleja, pronuncia esas terribles palabras: "Todos estos desgraciados son iguales". Retumban como un disparo. 


El Ulises español

Berlanga tardó ocho meses en culminar Plácido, desde el inicio de la escritura del guión hasta la claqueta final. Me parece un tiempo ridículo para crear una obra maestra, en mi opinión, la mejor película española de todas las épocas junto a El Espíritu de la Colmena. Como reza la edición de DVD que tengo en casa, de manera sarcástica: "Considerada por muchos como la mejor película española de los últimos 110 años". 
Berlanga quiso titular la película Siente un Pobre a su Mesa, que era exactamente el lema de la campaña de Navidad promovida por la dictadura para aliviar conciencias. Consistía, exactamente, en lo que constituye el leit motiv de la película: la burguesía de cada ciudad escogía un pobre o un anciano del asilo para invitarle a cenar con su familia en Nochebuena. Sin embargo, el régimen no permitió a Berlanga utilizar ese lema para una "comedieta frívola", que es como aquellas mentes obtusas debían ver este monumento al cine. La censura también se encargó de cortar otras cosas, livianas en el fondo. Azcona y Berlanga tardaron tres semanas en escribir una sinopsis de 45 páginas. Se reunían en el Café Comercial de Madrid. Intercambiaban ideas durante horas, Azcona las anotaba, y al día siguiente las devolvía en forma de guión. Yo he tenido la oportunidad de leer la sinopsis y tiene momentos abracadabrantes, que luego no aparecen en la película. Por ejemplo, un mendigo observa como se comen un jamón. "Cómo me gustaría volver a probar el jamón. Sólo lo comí una vez. Me lo dieron los del ayuntamiento para comprobar si estaba en buen estado". Estas perlas de negrismo azconiano están por doquier en Plácido.
A Berlanga y a Azcona, en realidad, les salió el Ulises de Joyce a la española. Quizá por éso titularon, a modo de sátira, la película con el nombre propio del protagonista aunque en el Ulises el protagonista no se llama Ulises sino, como ya sabéis, Leopold Bloom. Veinticuatro horas en la vida de un transportista que alquila su motocarro para la cabalgata de la gala benéfica que organiza la burguesía del pueblo (que, en realidad, es Manresa, aunque Vitoria y Cuenca había sido las primeras opciones de Berlanga). Plácido, interpretado por Cassen, (Berlanga quería a Gila), tiene una obsesión: pagar una letra de casi 7.000 pesetas que le vence precisamente ese día. "La pago y así tengo una Nochebuena sin remordimientos", explica. Lo que parece un acción de una honestidad casi cándida, se convierte en una muestra de un egoísmo atroz. Plácido no es el tipo humilde y honrado que parece, sino alguien interesado únicamente en pagar la letra. Todo lo demás se la trae al pairo. Cuanto más le dicen que no pasa nada, que a nadie le embargan el motocarro en Navidad, con más fruición quiere pagar. 


                                

La España Eterna

Berlanga y Azcona plantean una Nochebuena a la inversa. La Gran Familia es de 1962, sólo un año más tarde, pero parece de 80 años antes. La Nochebuena de Berlanga está repleta de personajes solitarios, que se aferran a la posibilidad de invitar a un "desheredado de la fortuna" (como los califica el locutor de radio que literalmente narra en directo la cena) para ocultar o aliviar su fracaso vital. Nadie habla en la Nochebuena de Berlanga. En realidad, y siempre según el propio director, la película trata sobre la incomunicación. Podría explicarlo de miles de formas, pero voy a parafrasear al maestro: "Cada uno, pobre o rico, va a lo suyo. Abandona a los demás en el momento justo en que debe abandonarlos: cuando los otros más lo necesitan". En efecto, la película es agria, sin una rendija a la esperanza. Es la antinavidad. 
Y luego está el humor negro de Azcona. La cabalgata que se cruza con un sepelio, el desternillante monólogo de uno de los pobres en directo por la radio: "En octubre del año que viene, cumplo 76. Estoy muy bien por fuera pero por dentro... brrrr... tengo un dolor por toda esta parte (se pasa la mano por el pecho).... las monjitas dicen que no es nada, pero yo estoy seguro de que es cáncer". Es el mejor resumen de la película. Y luego, ya el summum, es el matrimonio "in articulo mortis" entre dos de los mendigos. Es la primera vez que a Berlanga "se le muere" alguien en el cine. Como diría López Vázquez (Quintanilla, el de las serrerías), "con lo bien que iba la campaña, qué pena". 

                                        

El propio López Vázquez, genial como siempre, comentaría años más tarde que Plácido no es una película sobre la España de los 60, "sino sobre la España eterna". Y es así. Nos gusta sobre todo aparentar. Como ese motocarro coronado por una estrella de Belén gigantesca, ya un icono del cine español. 

Corolario

Un abuelo sorprendió un día a su nieto leyendo Las Mil y Una Noches. El chaval, temeroso de que el abuelo le pudiera reñir por leer algo supuestamente no apropiado a su edad, intentó ocultar el libro." ¿Qué lees?" "Las Mil y Una Noches". "¿Es la primera vez que lo lees?" "Sí" "Pues no sabes cómo te envidio".
Ese sentimiento es el que tengo yo con la gente que nunca ha visto Plácido y que se dispone a verla por primera vez. Si nunca la han visto, de corazón, véanla. Descubrirán otro cine. Un cine irrepetible. Un guión colosal y una puesta en escena sublime, con esos planos-secuencia de Berlanga que duran minutos y minutos y minutos... y siempre sabe dónde poner la cámara. Es la mirada de un voyeur. La mirada de uno de los más grandes directores de todas las épocas. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Películas para no creer en la Navidad

1. QUÉ BELLO ES VIVIR
It's a Wonderful Life (USA, 1946). Director: Frank Capra. Reparto: James Stewart (George Bailey); Donna Reed (Mary); Henry Travers (Clarence);  Lionel Barrymore (Señor Potter); Thomas Mitchell (Tío Billy); Gloria Grahame (Violette). Guión: Frances Goodrich; Albert Hacket; Jo Swerling & Frank Capra, a partir de un relato de Philip Van Doren Stern, "The Greatest Gift". Música: Dimitri Tiomkin ("Lohengrin" de Wagner, suena de fondo en la primera escena, durante la conversación entre Dios y San José). Fotografía: Joseph Walker; Montaje: William Hornbeck. Duración: 130 minutos. Glorioso Blanco y Negro. 



Me da pudor escribir sobre la Navidad. Estos días terribles uniformizan las épocas del año. Todo es un contínuum atroz. No habrá Navidad para la mitad de mis vecinos. Pero, convengamos: La Navidad es una de las máximas expresiones del surrealismo. Un universo dentro de otro universo dentro de otro universo. Una época rara, casi absurda. Felizmente absurda. Descabellada. Y, volvamos a convenir: Lo que más nos repatea de la Navidad es no poder hacer lo mismo todo el año. A mí, por ejemplo, me parece un sinsentido no poder comer turrón o mazapanes el resto del año y, sobre todo, que la tele ponga Qué Bello Es Vivir sólo en Navidad. Qué Bello es vivir, hay que verla siempre, siempre, siempre. Con un calor tórrido y, si puede ser, comiendo turrón, también. Porque es una de las más grandes películas de todas las épocas. 



Pero, haciendo honor al título del post, vamos a derrumbar varios mitos en torno a la película, que proceden de aquellos que, bien no la han visto, bien sólo la han visto en Navidad.
1. Qué Bello Es Vivir es una película ñoña. Falso. Bien al contrario, es una de las mejores películas de terror de la historia. Hay media hora espeluznante. Se desata el pánico. El valor de las divisas cae en picado. La población sale a las calles. Se agolpa a las puertas de la oficina de empréstitos de George Bailey, que se va en ese momento de luna de miel. George convence a sus vecinos para aplazar la deuda. El tío Billy irá al día siguiente a ingresar el dinero, pero es un borracho y lo pierde. Es la ruina. El ridículo. George se transforma. Le crece la barba (casi como una transformación en licántropo). Se comporta de manera cruel con sus hijos y su mujer. Intenta suicidarse. Un ángel le muestra la más horrorosa de las visiones: Qué hubiera sido el mundo si él no hubiese existido. Es media hora de cine casi gótico, de un terror psicológico espeluznante. 



2. Qué Bello Es Vivir es una película "buenista". Falso, hasta cierto punto. Hay que recordar que Capra, junto a William Wyler, participaron en la Segunda Guerra Mundial, aunque no entraron en combate. Capra, por ejemplo, fue maestro. Pero sí vivieron en sus carnes el horror. Wyler filmó dos inconmensurables obras maestras: Los Mejores Años de Nuestra Vida, terrible fresco de las consecuencias de la guerra (por cierto, el anuncio de El Almendro está basado en ella, para que haya un nuevo vínculo con la Navidad) y La Señora Miniver. Capra dejó en Qué Bello Es Vivir algunas de las improntas psicológicas que le había producido la guerra mundial. La depresión de las clases medias, la desesperanza, incluso la agresividad instalada en las personas, sobre todo en la secuencia de la "pesadilla" (siempre he creído que el mundo real es el de la pesadilla y que el resto de la película es una suerte de alucinación). Cuando George vuelve a la "vida", estalla de júbilo y la libertad le rebosa por los poros. Una parábola de cómo querría Capra que fuera el mundo, lo opuesto a lo que veía día tras día después de una guerra devastadora. El mundo había cambiado. Qué Bello Es Vivir es el canto amargo que añora aquel mundo más honesto, más libre y menos viciado anterior al nazismo y al capitalismo salvaje. 



3. Qué Bello Es Vivir es una película anticuada. Falso. Es más, no puede ser más moderna. La situación económica, con un pueblo al borde de la bancarrota por culpa de la cruel ambición de un empresario sin escrúpulos, la comunidad de la gente humilde que se une contra el poderoso... La gente que pierde sus casas... ¿Os suena? Particularmente, siempre me han gustado las películas en las que los débiles se unen para combatir a un poder superior, desde Espartaco a El Golpe. Qué Bello Es Vivir es un buen ejemplo.

 4. Qué Bello Es Vivir es una película religiosa. No vamos a decir que no, pero tampoco que sí de manera rotunda. Evidentemente, Capra (nacido Francesco Rosario Capra en Sicilia)pertenecía a una familia católica. Sin embargo, la religiosidad de la película es casi de manual. Existe una especie de ley del Karma (promovida por la divinidad en la primera escena) en la que cada uno recoge lo que siembra. Algo así como aquello de "los buenos van al cielo...". Sin embargo, Capra consigue taimar de tal manera su religiosidad, que toca la fibra de cualquier espectador, sea o no sea religioso. Porque existe algo en nuestro adn, en nuestra esencia, que se desmorona ante el alivio del que sufre. Dalton Trumbo rechazó el guión (se me hacen chiribitas las neuronas pensando qué podía haber salido de ahí), pero el guión y la realización de Capra son insuperables. Y esa catarsis aristotélica final, uno de los más grandes y reconocibles finales de la historia del cine.
5. Qué Bello Es Vivir es una película sobre el New Deal. Falso. Aunque Capra fue el director de cámara de Roosevelt, una auténtica máquina de propaganda para sus políticas económicas tras la Segunda Guerra Mundial, Qué Bello Es Vivir es todo lo contrario. Es la reflexión amarga sobre un modelo social y económico que Roossevelt y el propio Capra soñaron pero que fue pisoteado por un capitalismo sin escrúpulos que aún nos domina. Porque George Bailey es el antihéroe, el reflejo de lo que podía haber sido y no fue. El auténtico protagonista es Potter, la encarnación del poder omnímodo, de un modelo que comenzó ahí y que aún perdura. Desengáñense: Qué Bello Es Vivir es la pesadilla de George Bailey. Ese es el mundo real. El otro, el del resto de la película, es tan sólo la sombra de una sociedad que muchos soñaron pero que nunca llegó.

COROLARIO
Qué Bello es Vivir es una de las mejores películas de siempre. El guión es sublime, las interpretaciones inmejorables y la puesta en escena digna de los elegidos, como era Capra. Es rabiosamente moderna. No envejece. Tan sólo un pero: ¿Cómo se va a quedar soltera Donna Reed si no se casa con James Stewart? Por lo demás, la película emociona hasta el tuétano ya en Navidad, en verano, en otoño, en Alaska o en el Kalahari.