miércoles, 30 de noviembre de 2016

CRÍTICAS (XX): "Paradise", de Andrei Konchalovsky

Ray. Rusia, 2016. 130 minutos. Director: Andrei Konchalovsky. Reparto: Yuliya Vysotskaya (Olga), Christian Klauss (Helmut); Philippe Duquesne (Zhyul), Peter Kurth (Krauze); Viktor Sukhorukov (Himmler). Guión: Elena Kiseleva & Andrei Konchalovsky. Fotografía: Aleksandr Simonov. Música: Sergey Shustitskiy. Montaje: Sergey Taraskin & Ekaterina Vesheva. Blanco y Negro.




INTRODUCCIÓN

Dos paradojas: No hay concepto más horrible que el de paraíso. El servilismo siempre es contraproducente. 
Abundando: El paraíso es la muerte mental, el no-lugar, la inconsciencia. La paz, la felicidad, a cambio de no cuestionarse nada. El concepto de paraíso es, instrínsecamente, inhumano. La negación de la esencia humana. Buscar es lo que nos caracteriza. En el paraíso no se piensa y, por ende, no se busca.
Ser servil para conseguir un fin siempre termina mal. Porque deshumaniza. Porque nosotros somos los único que tenemos. La concepción, por tanto, de la idea de un ser superior, va contra nuestra naturaleza.
Así, Konchalovsky nos habla en Paradise de todo aquello que nos aniquila. De personajes que pierden, de manera consciente, su esencia humana.

TRES PERSONAJES EN BUSCA DE UNA EXPLICACIÓN

Paradise se pudo ver en el reciente Festival Internacional de Cine de Gijón. Por mucho que he buscado, no he encontrado ninguna fecha para su estreno en salas comerciales en España. La película llegaba con la aureola del premio al mejor director en Venecia. A sus casi 80 años, a Konchalovsky le llega el turno del reconocimiento internacional. Volvió a la palestra hace dos años con El Cartero de las Noches Blancas. Era el regreso a su tierra tras una carrera americana en la que firmó buenas películas como Runaway Train y productos meramente alimenticios como Tango y Cash. Unas cotas demasiado bajas para alguien que había sido el guionista, por ejemplo, de la gigantesca La Infancia de Iván de Tarkovski.
Ya en su vejez, Konchalovsky ha encontrado la libertad para narrar como a él le gusta, sin corsés ni exigencias meramente crematísticas. 
En Paradise nos zambulle de un empujón en la vida / no vida de tres personajes que comienzan a desprenderse de capas para llegar a su esencia primera. De eso sabe bastante el propio director, ya que él mismo renunció a sus orígenes para convertirse en Andrei Konchalovsky, nombre ficticio que adoptó para tomar distancia de su origen aristocrático. Su nombre real es Andrei Sergueyevich Mijalkov, y es hermano del también director Nikita Mijalkov, al que debemos la sensacional Ojos Negros. Por cierto, su padre compuso la letra del himno de la URSS, que aún hoy es el himno de Rusia (aunque la letra, por razones obvias, haya sido mutada).

Así que Konchalovsky nos empuja a un mar de aguas procelosas. Lo hace con una narración rotunda y solemne que, en ocasiones, abruma tanto que nos molesta hasta el sonido de nuestra respiración. La historia es descarnada: tres personajes en uniforme se confiesan mirando directamente a cámara. Nos desgranan su vida. Segunda Guerra Mundial. El nazismo se adueña de Europa. La vida cambia.


Cada uno de de los tres personajes se rebaja para alcanzar su "paraíso". Cada uno pierde su esencia. Una condesa rusa se "mancha" las manos para proteger a pequeños compatriotas a los que esconde de los nazis. Un comisario de policía parisino, colaboracionista, persigue a judíos y miembros de la resistencia. En su comisaría se rompen rodillas a martillazos. En su casa, es un mustio padre de familia. Un noble alemán se adhiere a Hitler para no perder sus tierras, su paraíso. Asciende en el escalafón. Tanto, que su nombre suena para relevar a Hitler cuando llegue el momento. Supervisa un campo de exterminio. Cree que el nazismo implantará el "paraíso alemán" en la tierra.
Sus vidas se cruzan. Y entra en juego el motor de la película: ese sentimiento trascendente y monstruoso que otorga tener en la mano el destino de otra persona. Es algo más fuerte que el odio. Es terriblemente humano. Es terriblemente animal. 

Paradise no es una película sobre el nazismo. El campo de concentración funciona como contrapunto a la idea de trascendencia de los personajes. No se trata de narrar las penurias de los encerrados, sino de constituir una plasmación de sus obsesiones. 
Justo cuando llega ese momento leve de volver a ser humano, es cuando la vida termina. Y esa vida, agitada y contradictoria, nos la cuentan mirándonos a los ojos. No es un juicio. Es una descompresión. 
Los monólogos son un acierto narrativo, aunque Konchalovsky acaba abusando de ellos y eso resta algo de fuerza cuando la película se acerca a su desenlace. Pero el veterano director ruso sabe dónde colocar la cámara. Es la cámara, desnuda y tranquila, la que nos cuenta esta historia incómoda, como incómodo es decidir si queremos ser nosotros o todo lo que creen que somos. 

Paradise ha sido seleccionada por Rusia para representarla en los Oscar. Apuesto a que la veremos entre las finalistas.

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